¿Qué es la fe en Dios? Para creer en Dios hay que reconocer que Cristo es Dios aparecido en la carne y Dios mismo
Está registrado en la Biblia que el Espíritu Santo dio testimonio de que el Señor Jesús era el amado Hijo de Dios; el Señor Jesús llamaba “Padre” al Dios del cielo. Así, muchas personas creen que el Señor Jesucristo es el Hijo de Dios y que también hay un Dios Padre en el cielo. Sin embargo, el Señor Jesús afirmó: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; […] yo estoy en el Padre, y el Padre en mí” (Juan 14:9-10). “Yo y el Padre somos uno” (Juan 10:30). Vemos, por consiguiente, que hay un solo Dios. Jesucristo era Jehová Dios encarnado, Dios mismo.
Versículos bíblicos como referencia
“Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras. Creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas” (Juan 14:8-11).
“Yo y el Padre somos uno” (Juan 10:30).
Las palabras relevantes de Dios
El Dios que se hizo carne se llama Cristo, y así el Cristo que les puede dar a las personas la verdad se llama Dios. No hay nada excesivo en esto, porque Él posee la esencia de Dios, y posee el carácter de Dios, y posee la sabiduría en Su obra, que el hombre no puede alcanzar. Los que así mismos se llaman Cristo, pero que no pueden hacer la obra de Dios, son fraudes. Cristo no es sólo la manifestación de Dios en la tierra, sino que también es la carne particular asumida por Dios a medida que lleva a cabo y completa Su obra entre los hombres. Esta carne no puede ser suplantada por cualquier hombre, sino que es una carne que puede soportar adecuadamente la obra de Dios en la tierra, expresar el carácter de Dios y representarlo bien, y proveer la vida al hombre.Extracto de “Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna”
La “encarnación” es la aparición de Dios en la carne; Él obra en medio de la humanidad creada en la imagen de carne. Por tanto, para que Dios se encarne, primero debe ser carne, una carne con una humanidad normal; esto, como mínimo, es el requisito previo más básico. De hecho, la implicación de la encarnación de Dios es que Él vive y obra en la carne; Dios se hace carne en Su misma esencia, se hace hombre.
Extracto de “La esencia de la carne habitada por Dios”
El Dios encarnado se llama Cristo y Cristo es la carne que se viste con el Espíritu de Dios. Esta carne es diferente a cualquier hombre que es de la carne. La diferencia es porque Cristo no es de carne y hueso; Él es la personificación del Espíritu. Tiene tanto una humanidad normal como una divinidad completa. Su divinidad no la posee ningún hombre. Su humanidad normal sustenta todas Sus actividades normales en la carne mientras que Su divinidad lleva a cabo la obra de Dios mismo. Sea Su humanidad o Su divinidad, ambas se someten a la voluntad del Padre celestial. La esencia de Cristo es el Espíritu, es decir, la divinidad. Por lo tanto, Su esencia es la de Dios mismo; esta esencia no interrumpirá Su propia obra y Él no podría hacer nada que destruyera Su propia obra ni tampoco pronunciaría ninguna palabra que fuera en contra de Su propia voluntad. Por lo tanto, el Dios encarnado nunca haría alguna obra que interrumpiera Su propia gestión. Esto es lo que todas las personas deben entender. La esencia de la obra del Espíritu Santo es salvar al hombre y es por el bien de la propia gestión de Dios. De manera similar, la obra de Cristo también es salvar a los hombres, y lo es por causa de la voluntad de Dios. Dado que Dios se hace carne, Él realiza Su esencia dentro de Su carne de tal manera que Su carne es suficiente para emprender Su obra. Por lo tanto, toda la obra del Espíritu de Dios la reemplaza la obra de Cristo durante el tiempo de la encarnación, y en el corazón de toda la obra a través del tiempo de la encarnación está la obra de Cristo. No se puede mezclar con la obra de ninguna otra era. Y ya que Dios se hace carne, obra en la identidad de Su carne; ya que viene en la carne, entonces termina en la carne la obra que debía hacer. Ya sea el Espíritu de Dios o Cristo, ambos son Dios mismo y Él hace la obra que debe hacer y desempeña el ministerio que debe desempeñar. Extracto de “La esencia de Cristo es la obediencia a la voluntad del Padre celestial”
En el período en que el Señor Jesús estuvo obrando, las personas podían ver que Dios tenía muchas expresiones humanas. Por ejemplo, podía danzar, asistir a bodas, conversar, hablar y discutir con las personas. Además de eso, el Señor Jesús también llevó a cabo mucha obra que representaba Su divinidad, y por supuesto toda esa obra era una expresión y una revelación del carácter de Dios. Durante este tiempo, cuando la divinidad de Dios se materializó en carne ordinaria de modo que las personas podían ver y tocar, ya no sentían que Él fuera y viniera repentinamente de su percepción, que no pudieran acercarse a Él. Por el contrario, podían intentar comprender la voluntad de Dios o entender Su divinidad a través de todos los movimientos, las palabras, y la obra del Hijo del hombre quien, encarnado, expresaba la divinidad de Dios a través de Su humanidad y le transmitía Su voluntad a la humanidad. A través de Su expresión de la voluntad y del carácter de Dios, también le reveló al Dios que no puede verse ni tocarse que habita en la esfera espiritual. Lo que las personas vieron era Dios mismo, con forma tangible y de carne y hueso. Así, el Hijo del hombre encarnado concretizó y humanizó cosas como la identidad de Dios mismo, el estatus, la imagen, el carácter de Dios, y lo que Él tiene y es. Aunque Su aspecto externo tenía algunas limitaciones respecto a la imagen de Dios, Su esencia y lo que Él tiene y es, eran totalmente capaces de representar la propia identidad y el estatus de Dios mismo; sencillamente existían algunas diferencias en la forma de expresión. No podemos negar que el Hijo del hombre representaba la identidad y el estatus de Dios mismo, tanto en la forma de Su humanidad y en Su divinidad. Sin embargo, durante este tiempo, Dios obró a través de la carne, habló desde esa perspectiva, y se presentó ante la humanidad con la identidad y el estatus del Hijo del hombre, y esto les proporcionó a las personas la oportunidad de encontrar y experimentar las palabras y la obra verdaderas de Dios en medio de la humanidad. También les permitió tener una percepción de Su divinidad y de Su grandeza en medio de la humildad, así como obtener un entendimiento y una definición preliminares de la autenticidad y la realidad de Dios. Aunque la obra realizada por el Señor Jesús, Sus formas de obrar, y la perspectiva desde la que habló diferían de la persona real de Dios en la esfera espiritual, todo lo relativo a Él representaba realmente al Dios mismo que la humanidad nunca había visto antes; ¡esto es innegable! Es decir, no importa en qué forma aparezca Dios ni desde qué perspectiva hable, o en qué imagen se presente ante la humanidad, Dios no representa nada que no sea Él mismo. No puede representar a ningún ser humano ni a parte alguna de la humanidad corrupta. Dios es Dios mismo, y esto no se puede negar.
Extracto de “La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo III”
Antes de que Jesús llevara a cabo la obra, simplemente vivió en Su humanidad normal. Nadie podía darse cuenta de que Él fuera Dios, nadie descubrió que Él era el Dios encarnado; las personas sólo lo conocían como un hombre totalmente corriente. Su humanidad normal, totalmente ordinaria, era una prueba de que Él era Dios encarnado en la carne y de que la Era de la Gracia fue la era de la obra del Dios encarnado y no la del Espíritu. Fue una prueba de que el Espíritu de Dios se materializara completamente en la carne, de que en la era de la encarnación de Dios Su carne llevaría a cabo toda la obra del Espíritu. El Cristo con humanidad normal es una carne en la que el Espíritu se materializa, y posee una humanidad normal, un sentido normal y un pensamiento humano. “Materializarse” significa que Dios se hace hombre, que el Espíritu se hace carne; dicho de manera más clara, es cuando Dios mismo habita en la carne con una humanidad normal y expresa Su obra divina a través de ella. Esto es lo que significa materializarse o encarnarse.
Extracto de “La esencia de la carne habitada por Dios”
Cuando Jesús llamaba a Dios en el cielo por el nombre de Padre al orar, solo lo hacía desde la perspectiva de un hombre creado, solo porque el Espíritu de Dios se había vestido como un hombre ordinario y normal y tenía el envoltorio exterior de un ser creado. Incluso si dentro de Él estaba el Espíritu de Dios, Su apariencia externa seguía siendo la de un hombre normal; en otras palabras, había pasado a ser el “Hijo del hombre” del que todos los hombres, incluido el propio Jesús, hablaban. Dado que es llamado el Hijo del hombre, Él es una persona (sea hombre o mujer, en cualquier caso una con el caparazón exterior de un ser humano) nacida en una familia normal de personas ordinarias. Por tanto, que Jesús llamara a Dios en el cielo por el nombre de Padre era lo mismo que cuando vosotros lo llamasteis Padre al principio; Él lo hizo desde la perspectiva de un hombre creado. ¿Recordáis todavía la oración del Señor que Jesús os enseñó para memorizar? “Padre nuestro que estás en los cielos…”. Él pidió a todos los hombres que llamaran a Dios en el cielo por el nombre de Padre. Y como Él también lo llamaba Padre, lo hacía desde la perspectiva de uno que está en igualdad de condiciones con todos vosotros. Como llamasteis a Dios en el cielo por el nombre de Padre, esto muestra que Jesús se consideraba estar en igualdad de condiciones con todos vosotros, como un hombre escogido por Dios (es decir, el Hijo de Dios) sobre la tierra. Si llamáis a Dios Padre, ¿no es porque sois un ser creado? Por muy grande que fuera la autoridad de Jesús en la tierra, antes de la crucifixión, Él era simplemente un Hijo del hombre, dominado por el Espíritu Santo (es decir, Dios), y uno de los seres creados de la tierra, porque aún tenía que completar Su obra. Así pues, que llamara Padre a Dios en el cielo, era únicamente por Su humildad y obediencia. Que se dirigiera a Dios (es decir, al Espíritu en el cielo) de esa manera no demuestra, sin embargo, que Él fuera el Hijo del Espíritu de Dios en el cielo. Más bien, Su perspectiva era sencillamente diferente y no es que Él fuera una persona distinta. ¡La existencia de personas diferentes es una falacia! Antes de Su crucifixión, Jesús era un Hijo del hombre sujeto a las limitaciones de la carne, y Él no poseía la plena autoridad del Espíritu. Por esta razón, Él sólo podía buscar la voluntad de Dios Padre desde la perspectiva de un ser creado. Es como cuando oró tres veces en Getsemaní: “No sea como yo quiero, sino como tú quieras”. Antes de que lo pusieran en la cruz, Él no era más que el Rey de los judíos; Él era Cristo, el Hijo del hombre, y no un cuerpo de gloria. Esa es la razón por la que, desde el punto de vista de un ser creado, llamaba Padre a Dios.
Todavía están los que dicen: “¿No declaró Dios expresamente que Jesús era Su Hijo amado?”. Jesús es el Hijo amado de Dios, en quién Él se regocija grandemente; esto ciertamente fue dicho por Dios mismo. Eso fue Dios dando testimonio de sí mismo, pero simplemente desde una perspectiva diferente, la del Espíritu en el cielo dando testimonio de Su propia encarnación. Jesús es Su encarnación, no Su Hijo en el cielo. ¿Entiendes? ¿No indican las palabras de Jesús, “Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí” que Ellos son un Espíritu? ¿Y acaso no se debe a la encarnación que Ellos fueran separados entre el cielo y la tierra? En realidad, siguen siendo uno; sin importar lo que digan, es simplemente Dios dando testimonio de sí mismo. Debido al cambio en las eras, a los requisitos de la obra y a las diferentes etapas de Su plan de gestión, el nombre por el que el hombre llama a Dios también difiere. Cuando Él vino a llevar a cabo la primera etapa de la obra, solo se le podía llamar Jehová, pastor de los israelitas. En la segunda etapa, el Dios encarnado sólo podía ser llamado Señor y Cristo. Pero en esos tiempos, el Espíritu en el cielo solo declaró que Él era el Hijo amado de Dios, y no mencionó que fuese el único Hijo de Dios. Esto simplemente no ocurrió. ¿Cómo podría Dios tener un único hijo? Entonces ¿no se habría hecho hombre Dios? Como Él era la encarnación, se le llamó el Hijo amado de Dios y, a partir de esto, llegó la relación entre Padre e Hijo. Se debió sencillamente a la separación entre el cielo y la tierra. Jesús oró desde la perspectiva de la carne. Como se había revestido de una carne de humanidad normal, fue desde la perspectiva de la carne desde donde Él dijo: “Mi caparazón exterior es el de un ser creado. Como me revestí de carne para venir a la tierra, ahora estoy lejos, muy lejos del cielo”. Por esta razón, Él solo podía orar a Dios Padre desde la perspectiva de la carne. Este era Su deber y aquello con lo que el Espíritu encarnado de Dios debía estar equipado. No puede decirse que Él no era Dios simplemente porque oraba al Padre desde la perspectiva de la carne. Aunque se le llamaba el Hijo amado de Dios, seguía siendo Dios mismo, porque Él no era sino la encarnación del Espíritu y Su esencia seguía siendo el Espíritu.
Extracto de “¿Existe la Trinidad?”
Lo que el hombre vio primero fue el Espíritu Santo descendiendo como una paloma sobre Jesús; no fue el Espíritu exclusivo de Jesús, sino más bien el Espíritu Santo. ¿Puede separarse entonces el Espíritu de Jesús del Espíritu Santo? Si Jesús es Jesús, el Hijo, y el Espíritu Santo es el Espíritu Santo, entonces ¿cómo podían ser uno? De ser así, la obra no se hubiese podido llevar a cabo. El Espíritu en Jesús, el Espíritu en el cielo y el Espíritu de Jehová son todos uno. Se le puede llamar el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, el Espíritu intensificado siete veces y el Espíritu que todo lo incluye. El Espíritu de Dios puede llevar a cabo tanta obra. Él es capaz de crear el mundo y destruirlo inundando la tierra; puede redimir a toda la humanidad y, además, conquistarla y destruirla. Dios mismo lleva a cabo esta obra y ninguna otra de Sus personas puede hacerlo en Su lugar. Su Espíritu puede llamarse por el nombre de Jehová y Jesús, así como el Todopoderoso. Él es el Señor y Cristo. También puede convertirse en el Hijo del hombre. Él está en los cielos y también en la tierra; Él está en lo alto sobre los universos y entre la multitud. ¡Él es el único Señor de los cielos y la tierra! Desde la época de la creación hasta ahora, el Espíritu de Dios mismo ha llevado a cabo esta obra. Sea la obra en los cielos o en la carne, todo lo realiza Su propio Espíritu. Todas las criaturas, tanto en el cielo como en la tierra, están en la palma de Su mano todopoderosa; todo esto es la obra de Dios mismo y nadie más puede realizarla en Su lugar. En los cielos, Él es el Espíritu pero también es Dios mismo; entre los hombres, Él es carne pero sigue siendo Dios mismo. Aunque se le pueda llamar por cientos de miles de nombres, Él sigue siendo Él mismo, y es la expresión directa de Su Espíritu. La redención de toda la humanidad a través de Su crucifixión fue la obra directa de Su Espíritu y también lo es la proclamación a todas las naciones y tierras durante los últimos días. En todas las épocas, sólo se puede llamar a Dios el único Dios verdadero y todopoderoso, el Dios mismo que todo lo incluye. Las distintas personas no existen, mucho menos esta idea del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Sólo hay un Dios en el cielo y en la tierra!
Extracto de “¿Existe la Trinidad?”
Las escrituras tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.
¿Supone creer en el Señor Jesús, sin creer en Cristo de los últimos días, una fe verdadera en el Hijo? ¿Puede conducirnos a la vida eterna?
La Biblia manifiesta: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida” (Juan 3:36). Creer en el Hijo es creer en Cristo encarnado. Tal vez muchos se pregunten: El Señor Jesús es el Hijo del Hombre, Cristo, y, por tanto, deberíamos recibir la vida eterna por creer en el Señor Jesús. Entonces, ¿por qué, pese a ello, tenemos que creer en las palabras y la obra de Cristo de los últimos días para poder recibir la vida eterna?
Versículos bíblicos como referencia
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él” (Juan 3:36).
“Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad” (Juan 16:12-13).
“Porque ni aun el Padre juzga a nadie, sino que todo juicio se lo ha confiado al Hijo” (Juan 5:22).
“Y le dio autoridad para ejecutar juicio, porque es el Hijo del Hombre” (Juan 5:27).
Las palabras relevantes de Dios
Aunque Jesús hizo mucha obra entre los hombres, sólo completó la redención de toda la humanidad, se convirtió en la ofrenda por el pecado del hombre; no lo libró de su carácter corrupto. Salvar al hombre totalmente de la influencia de Satanás no sólo requirió que Jesús se convirtiera en la ofrenda por el pecado y cargara con los pecados del hombre, sino también que Dios realizara una obra incluso mayor para librar completamente al hombre de su carácter corrompido por Satanás. Y así, ahora que el hombre ha sido perdonado de sus pecados, Dios volvió a la carne para guiar al hombre a la nueva era, y comenzó la obra de castigo y juicio. Esta obra llevó al hombre a una esfera más elevada. Todos los que se someten bajo Su dominio disfrutarán una verdad más elevada y recibirán mayores bendiciones. Vivirán realmente en la luz, y obtendrán la verdad, el camino y la vida.
Extracto de “Qué significa creer verdaderamente en Dios”
Cuando Jesús vino, también llevó a cabo parte de la obra de Dios, y pronunció algunas palabras; pero ¿cuál fue la obra principal que Él realizó? Lo que Él realizó principalmente fue la obra de la crucifixión. Se hizo igual a la carne pecaminosa para completar la obra de la crucifixión y redimir a toda la humanidad, y por el pecado de toda la humanidad Él sirvió como ofrenda por el pecado. Esta es la obra principal que realizó. En última instancia, proporcionó la senda de la cruz para que guiara a los que vinieran más tarde. Cuando Jesús vino, fue principalmente para completar la obra de la redención. Redimió a toda la humanidad y trajo el evangelio del reino de los cielos al hombre. Además, creó el sendero que lleva al reino de los cielos. Como resultado, todos los que vinieron después dijeron: “Deberíamos caminar por la senda de la cruz y sacrificarnos por ella”. Por supuesto, en el principio Jesús también hizo alguna otra obra y habló algunas palabras para hacer que el hombre se arrepintiera y confesara sus pecados. Pero Su ministerio seguía siendo la crucifixión, y los tres años y medio que pasó predicando el camino fueron en preparación para la crucifixión que vino después. Las diversas ocasiones en que Jesús oró también fueron por la crucifixión. La vida de hombre común y corriente que llevó y los treinta y tres años y medio que vivió en la tierra fueron, principalmente, para completar la obra de la crucifixión; debían darle fuerza para acometer esta obra, y, como resultado, Dios le encomendó a Él la obra de la crucifixión. ¿Qué obra realizará el Dios encarnado hoy? Hoy, Dios se ha encarnado principalmente para completar la obra de “la Palabra manifestada en carne”, para perfeccionar al hombre mediante el uso de la palabra, y hacer que acepte el trato y el refinamiento de la palabra. En Sus palabras Él hace que obtengas provisión y vida; en Sus palabras ves Su obra y Sus hechos. Dios usa la palabra para castigarte y refinarte; por tanto, si sufres dificultades, también es por la palabra de Dios. Hoy Dios no obra con hechos, sino con palabras. Solo después de que Su palabra haya descendido sobre ti podrá el Espíritu Santo obrar dentro de ti y hacer que sufras dolor o que sientas dulzura. Solo la palabra de Dios puede llevarte a la realidad, y solo ella es capaz de perfeccionarte.
Extracto de “Todo se realiza por la palabra de Dios”
La obra de los últimos días consiste en pronunciar palabras. A través de las palabras se pueden llevar a cabo grandes cambios en el hombre. Los cambios efectuados ahora en estas personas al aceptar estas palabras son mucho mayores que los llevados a cabo en las personas al aceptar las señales y maravillas de la Era de la Gracia. Porque, en la Era de la Gracia, los demonios eran arrojados fuera del hombre con la imposición de manos y la oración, pero las actitudes corruptas del hombre permanecían. El hombre fue curado de su enfermedad y se le perdonaron sus pecados, pero en lo que se refiere a cómo el hombre sería despojado de las actitudes satánicas corruptas que había en su interior, esa obra todavía tenía que realizarse. El hombre sólo fue salvo y se le perdonaron sus pecados por su fe, pero su naturaleza pecaminosa no le fue quitada y permaneció en él. Los pecados del hombre fueron perdonados a través del Dios encarnado, pero eso no significó que el hombre ya no tuviera pecado en él. Los pecados del hombre podían ser perdonados por medio de la ofrenda por el pecado, pero en lo que se refiere a cómo puede lograrse que el hombre no peque más y cómo puede extirparse por completo y transformarse su naturaleza pecaminosa, él no tiene forma de resolver este problema. Los pecados del hombre fueron perdonados, y esto es gracias a la obra de crucifixión de Dios, pero el hombre siguió viviendo en su viejo carácter satánico corrupto del pasado. Así pues, el hombre debe ser completamente salvado de su carácter satánico corrupto para que su naturaleza pecadora le sea completamente extirpada y no se desarrolle más, permitiendo, así, que el carácter del hombre se transforme. Esto requeriría que el hombre entendiera la senda del crecimiento en la vida, el camino de la vida, y el camino del cambio de su carácter. También requeriría que el hombre actuara de acuerdo con esa senda, de forma que su carácter pueda ser cambiado gradualmente y él pueda vivir bajo el brillo de la luz y pueda ser conforme a la voluntad de Dios, despojarse de su carácter satánico corrupto, y liberarse de la influencia satánica de las tinieblas, emergiendo, así, totalmente del pecado. Sólo entonces recibirá el hombre la salvación completa. En la época en la que Jesús estaba llevando a cabo Su obra, el conocimiento que el hombre tenía de Él seguía siendo vago y poco claro. El hombre siempre creyó que Él era el hijo de David y proclamó que era un gran profeta y el Señor bondadoso que redimía los pecados del hombre. Algunos, por la fuerza de su fe, fueron sanados simplemente al tocar el borde de Su manto; los ciegos pudieron ver e incluso los muertos pudieron ser devueltos a la vida. Sin embargo, el hombre fue incapaz de descubrir el carácter satánico corrupto profundamente arraigado en su interior y tampoco sabía cómo desecharlo. El hombre recibió mucha gracia, como la paz y la felicidad de la carne, bendiciones sobre toda la familia por la fe de uno solo de sus miembros, la curación de las enfermedades, etc. El resto fueron las buenas obras del hombre y su apariencia piadosa; si alguien podía vivir con base en eso, se le consideraba un buen creyente. Sólo ese tipo de creyentes podían entrar en el cielo tras su muerte, lo que significaba que eran salvos. Pero durante su vida, estas personas no entendieron en absoluto el camino de la vida. Simplemente cometían pecados y después los confesaban, en un ciclo constante sin una senda para cambiar su carácter. Esa era la condición del hombre en la Era de la Gracia. ¿Ha recibido el hombre la salvación completa? ¡No! Por tanto, después de completarse esa etapa de la obra, aún quedaba la obra de juicio y castigo. Esta etapa tiene como objetivo hacer al hombre puro por medio de la palabra y, así, darle una senda que seguir. Esta etapa no sería fructífera ni tendría sentido si continuase con la expulsión de demonios, porque la naturaleza pecaminosa del hombre no sería extirpada y el hombre se detendría tras el perdón de los pecados. A través de la ofrenda por el pecado, al hombre se le han perdonado sus pecados, porque la obra de la crucifixión ya ha llegado a su fin y Dios ha vencido a Satanás. Pero el carácter corrupto del hombre sigue en él y este todavía puede pecar y resistirse a Dios y Dios no ha ganado a la humanidad. Esa es la razón por la que en esta etapa de la obra Dios usa la palabra para revelar el carácter corrupto del hombre y hace que este practique según la senda correcta. Esta etapa es más significativa que la anterior y también más fructífera, porque, ahora, la palabra es la que provee directamente la vida del hombre y permite que su carácter sea completamente renovado; es una etapa de obra mucho más concienzuda. Así pues, la encarnación en los últimos días ha completado el sentido de la encarnación de Dios y ha finalizado plenamente el plan de gestión de Dios para la salvación del hombre.
Extracto de “El misterio de la encarnación (4)”
En la obra de los últimos días, la palabra es más poderosa que la manifestación de señales y maravillas, y la autoridad de la palabra sobrepasa la de las señales y las maravillas. La palabra revela todas las actitudes corruptas enterradas en lo profundo del corazón del hombre. No tienes forma de reconocerlas por ti mismo. Cuando te sean reveladas por medio de la palabra, llegarás a descubrirlas de forma natural; no serás capaz de negarlas, y estarás totalmente convencido. ¿No es esta la autoridad de la palabra? Este es el resultado alcanzado por la obra actual de la palabra. Por tanto, el hombre no puede salvarse totalmente de sus pecados por medio de la curación de la enfermedad y la expulsión de los demonios, y no puede ser hecho totalmente completo por medio de la manifestación de señales y maravillas. La autoridad para sanar enfermedades y expulsar demonios sólo le otorga gracia al hombre, pero la carne del hombre sigue perteneciéndole a Satanás y el carácter satánico corrupto permanece dentro del hombre. En otras palabras, lo que no se ha purificado sigue perteneciéndole al pecado y la inmundicia. Sólo después de que el hombre se haya purificado por medio de la palabra podrá ser ganado por Dios y ser santificado. Cuando los demonios fueron echados fuera del hombre y él fue redimido, esto sólo significó que él fue arrebatado de las manos de Satanás y devuelto a Dios. Sin embargo, si Dios no lo ha purificado ni cambiado, sigue siendo un hombre corrupto. Dentro del hombre todavía existen la inmundicia, la oposición y la rebeldía; el hombre sólo ha vuelto a Dios por medio de Su redención, pero no tiene el más mínimo conocimiento de Él y todavía es capaz de resistirse a Él y traicionarle. Antes de que el hombre fuera redimido, muchos de los venenos de Satanás ya habían sido plantados en su interior, y, después de miles de años de ser corrompido por Satanás, el hombre ya tiene dentro de sí una naturaleza establecida que se resiste a Dios. Por tanto, cuando el hombre ha sido redimido, no se trata más que de un caso de redención en el que se le ha comprado por un alto precio, pero la naturaleza venenosa que existe en su interior no se ha eliminado. El hombre que está tan contaminado debe pasar por un cambio antes de volverse digno de servir a Dios. Por medio de esta obra de juicio y castigo, el hombre llegará a conocer plenamente la esencia inmunda y corrupta de su interior, y podrá cambiar completamente y ser purificado. Sólo de esta forma puede ser el hombre digno de regresar delante del trono de Dios. Toda la obra realizada este día es con el fin de que el hombre pueda ser purificado y cambiado; por medio del juicio y el castigo por la palabra, así como del refinamiento, el hombre puede desechar su corrupción y ser purificado. En lugar de considerar que esta etapa de la obra es la de la salvación, sería más apropiado decir que es la obra de purificación. En verdad, esta etapa es la de la conquista, así como la segunda etapa en la obra de la salvación.
Extracto de “El misterio de la encarnación (4)”
Ya que el hombre cree en Dios, debe seguir muy de cerca las pisadas de Dios, paso a paso, debe “seguir al Cordero dondequiera que vaya”. Sólo estas son las personas que buscan el camino verdadero, sólo ellas son las que conocen la obra del Espíritu Santo. Las personas que de un modo servil siguen las letras y las doctrinas son las que la obra del Espíritu Santo ha eliminado. En cada periodo de tiempo, Dios comenzará una nueva obra, y en cada periodo habrá un nuevo comienzo entre los hombres. Si el hombre sólo acata las verdades de que “Jehová es Dios” y “Jesús es Cristo”, que son verdades que solo se aplican a sus respectivas eras, entonces el hombre nunca mantendrá el paso con la obra del Espíritu Santo y nunca podrá obtener la obra del Espíritu Santo. Independientemente de qué haga Dios, el hombre lo sigue sin la más mínima duda, y lo sigue de cerca. De esta manera, ¿cómo puede el hombre ser eliminado por el Espíritu Santo? Independientemente de lo que haga Dios, en tanto que el hombre esté seguro que es la obra del Espíritu Santo, y coopere con la obra del Espíritu Santo sin recelo, y trate de cumplir con las exigencias de Dios, entonces, ¿cómo podría ser castigado? La obra de Dios nunca ha cesado, Sus pisadas nunca se han detenido, y antes del término de Su obra de gestión, siempre ha estado ocupado y nunca para. Pero el hombre es diferente: al haber obtenido solo un mínimo de la obra del Espíritu Santo, la trata como si nunca cambiara; al haber obtenido un poco de conocimiento, no avanza para seguir las pisadas de la obra más nueva de Dios; al haber visto solo un poco de la obra de Dios, de inmediato prescribe a Dios como una figura de madera en particular y cree que Dios siempre permanecerá en esta forma que ve delante de él, que fue así en el pasado y que siempre será así en el futuro; al haber obtenido sólo un conocimiento superficial, el hombre está tan orgulloso que se olvida de sí mismo y comienza a proclamar desenfrenadamente un carácter y un ser de Dios que simplemente no existen; y al tener la certeza de una etapa de la obra del Espíritu Santo, sin importar qué clase de persona sea la que proclame la nueva obra de Dios, el hombre no la acepta. Estas son personas que no pueden aceptar la nueva obra del Espíritu Santo; son demasiado conservadoras e incapaces de aceptar cosas nuevas. Esas personas son las que creen en Dios pero que también lo rechazan. El hombre cree que los israelitas estaban equivocados por “solo creer en Jehová pero no creer en Jesús”, pero la mayoría de las personas desempeñan un papel en el que “solo creen en Jehová y rechazan a Jesús”, y “anhelan el regreso del Mesías pero se oponen al Mesías que se llama Jesús”. No es de extrañar, entonces, que las personas sigan viviendo bajo el campo de acción de Satanás después de aceptar una etapa de la obra del Espíritu Santo y todavía sigan sin recibir las bendiciones de Dios. ¿No es esto el resultado de la rebelión del hombre? […] Sólo los que siguen las pisadas del Cordero hasta el final pueden obtener la bendición final, mientras que esas “personas listas”, que no son capaces de seguir hasta el final pero creen que han ganado todo, no pueden ser testigos de la aparición de Dios. Todos creen que son la persona más lista en la tierra e interrumpen el desarrollo continuo de la obra de Dios sin ninguna razón en absoluto, y parecen creer con absoluta certeza que Dios los llevará al cielo, ellos que “tienen la mayor lealtad a Dios, que siguen a Dios y acatan las palabras de Dios”. Aunque tengan la “mayor lealtad” hacia las palabras que Dios habla, sus palabras y acciones siguen siendo tan repugnantes porque se oponen a la obra del Espíritu Santo y andan con astucia y cometen el mal. Los que no siguen hasta el final, que no mantienen el paso con la obra del Espíritu Santo, y que sólo se aferran a la antigua obra, no sólo han fallado en lograr la lealtad a Dios sino que, por el contrario, se han vuelto los que se oponen a Dios, se han vuelto los que la nueva era rechaza y que serán castigados. ¿Hay alguien más digno de compasión que ellos? Muchos hasta creen que todos los que rechazan la antigua ley y aceptan la nueva obra no tienen conciencia. Estas personas, que sólo hablan de la “conciencia”, y que no conocen la obra del Espíritu Santo, al final sus propias conciencias les truncarán sus perspectivas. La obra de Dios no acata la doctrina, y aunque sea Su propia obra, siendo Dios no se aferra a ella. Lo que se debe negar se niega, lo que se debe eliminar se elimina. Pero el hombre se coloca en enemistad contra Dios aferrándose a una parte pequeña de la obra de la gestión de Dios. ¿No es esto lo absurdo del hombre? ¿No es esto la ignorancia del hombre? Cuanto más tímidas sean las personas, y sean demasiado cautelosas porque tienen miedo de no obtener las bendiciones de Dios, más incapaces son de obtener mayores bendiciones y de recibir la bendición final. Aquellas personas que servilmente acatan la ley, todas demuestran la mayor lealtad hacia la ley, y cuanto más demuestren esa lealtad hacia la ley, más rebeldes son al oponerse a Dios. Porque ahora es la Era del Reino y no la Era de la Ley, y la obra de la actualidad y la obra del pasado no se pueden equiparar, ni la obra del pasado se puede comparar con la obra de la actualidad. La obra de Dios ha cambiado y la práctica del hombre también ha cambiado; no es aferrarse a la ley o llevar la cruz, por tanto, la lealtad de las personas hacia la ley y la cruz no ganará la aprobación de Dios.
Extracto de “La obra de Dios y la práctica del hombre”
No solo creé a Israel, Egipto y Líbano, sino a todas las naciones gentiles más allá de Israel. Debido a esto, Yo soy el Señor de todas las criaturas. Simplemente usé Israel como el punto de partida para Mi obra, empleé Judea y Galilea como las fortalezas de Mi obra de redención y ahora uso las naciones gentiles como la base sobre la que pondré fin a toda la era. Hice dos etapas de la obra en Israel (estas dos etapas de la obra son la Era de la Ley y la Era de la Gracia) y he estado llevando a cabo dos etapas más de la obra (la Era de la Gracia y la Era del Reino) por todas las naciones más allá de Israel. Entre las naciones gentiles haré la obra de conquista y concluiré así la era. Si el hombre siempre me llama Jesucristo, pero no sabe que he comenzado una nueva era durante los últimos días y que me he embarcado en una nueva obra, y si el hombre continúa obsesivamente a la espera de la llegada de Jesús el Salvador, entonces llamaré a las personas como estas las que no creen en Mí; son personas que no me conocen y su creencia en Mí es falsa. ¿Podrían tales personas ser testigos de la llegada de Jesús el Salvador desde el cielo? Lo que esperan no es Mi llegada sino la llegada del Rey de los judíos. No anhelan que Yo aniquile este viejo mundo impuro, sino que anhelan la segunda venida de Jesús en la cual serán redimidos. Esperan que Jesús redima una vez más a toda la humanidad de esta tierra inmunda e injusta. ¿Cómo pueden tales personas convertirse en quienes completen Mi obra en los últimos días? Los deseos del hombre son incapaces de cumplir Mis deseos o de completar Mi obra, porque el hombre simplemente admira o aprecia el recuerdo de la obra que he hecho antes y no tiene idea de que Yo soy el Dios mismo que siempre es nuevo y nunca viejo. El hombre solo sabe que Yo soy Jehová y Jesús, y no tiene ni idea de que Yo soy el Último, Aquel que pondrá fin a la humanidad. Todo lo que el hombre anhela y conoce proviene de sus propias nociones y es simplemente lo que puede ver con sus propios ojos. No está en consonancia con la obra que Yo hago sino en discordancia con ella.
Extracto de “El Salvador ya ha regresado sobre una ‘nube blanca’”
En los últimos días, Cristo usa una variedad de verdades para enseñar al hombre, para exponer la esencia del hombre y para analizar minuciosamente sus palabras y acciones. Estas palabras comprenden verdades diversas tales como: el deber del hombre, cómo el hombre debe obedecer a Dios, cómo debe ser leal a Dios, cómo debe vivir una humanidad normal, así como la sabiduría y el carácter de Dios, etc. Todas estas palabras son dirigidas a la esencia del hombre y a su carácter corrupto. En particular, las palabras que exponen cómo el hombre desdeña a Dios se refieren a que el hombre es una personificación de Satanás y una fuerza enemiga contra Dios. Al emprender Su obra de juicio, Dios no aclara simplemente la naturaleza del hombre con unas pocas palabras; la expone, la trata y la poda a largo plazo. Estos métodos de exposición, de trato y poda, no pueden ser sustituidos con palabras ordinarias, sino con la verdad de la que el hombre carece por completo. Sólo los métodos de este tipo pueden llamarse juicio; sólo a través de este tipo de juicio puede el hombre ser doblegado y completamente convencido de la sumisión a Dios y, además, obtener un conocimiento verdadero de Dios. Lo que la obra de juicio propicia es el entendimiento del hombre sobre el verdadero rostro de Dios y la verdad sobre su propia rebeldía. La obra de juicio le permite al hombre obtener mucho entendimiento de la voluntad de Dios, del propósito de la obra de Dios y de los misterios que le son incomprensibles. También le permite al hombre reconocer y conocer su esencia corrupta y las raíces de su corrupción, así como descubrir su fealdad. Estos efectos son todos propiciados por la obra de juicio, porque la esencia de esta obra es, en realidad, la obra de abrir la verdad, el camino y la vida de Dios a todos aquellos que tengan fe en Él. Esta obra es la obra de juicio realizada por Dios. Si no consideras importantes estas verdades, si sólo piensas en cómo evitarlas o cómo encontrar una nueva salida que no las involucre, entonces Yo digo que eres un grave pecador. Si tienes fe en Dios, pero no buscas la verdad ni la voluntad de Dios, ni amas el camino que te acerca a Dios, entonces Yo digo que eres alguien que está tratando de evadir el juicio y que eres un títere y un traidor que huye del gran trono blanco. Dios no perdonará a ninguno de los rebeldes que se escabulla debajo de Sus ojos. Estos hombres recibirán un castigo aún más severo. Aquellos que vengan delante de Dios para ser juzgados y que, además, hayan sido purificados, vivirán para siempre en el reino de Dios. Por supuesto, esto es algo que pertenece al futuro.
Extracto de “Cristo hace la obra de juicio con la verdad”
El Cristo de los últimos días trae la vida y el camino de la verdad, duradero y eterno. Esta verdad es el camino por el que el hombre obtendrá la vida, y el único camino por el cual el hombre conocerá a Dios y por el que Dios lo aprobará. Si no buscas el camino de la vida que el Cristo de los últimos días provee, entonces nunca obtendrás la aprobación de Jesús y nunca estarás cualificado para entrar por la puerta del reino de los cielos, porque tú eres tanto un títere como un prisionero de la historia. Aquellos que son controlados por los reglamentos, las letras y están encadenados por la historia, nunca podrán obtener la vida ni el camino perpetuo de la vida. Esto es porque todo lo que tienen es agua turbia que ha estado estancada por miles de años, en vez del agua de la vida que fluye desde el trono. Aquellos que no reciben el agua de la vida siempre seguirán siendo cadáveres, juguetes de Satanás e hijos del infierno. ¿Cómo pueden, entonces, contemplar a Dios? Si sólo tratas de aferrarte al pasado, si sólo tratas de mantener las cosas como están quedándote quieto, y no tratas de cambiar el estado actual y descartar la historia, entonces, ¿no estarás siempre en contra de Dios? Los pasos de la obra de Dios son vastos y poderosos, como olas agitadas y fuertes truenos, pero te sientas y pasivamente esperas la destrucción, apegándote a tu locura y sin hacer nada. De esta manera, ¿cómo puedes ser considerado alguien que sigue los pasos del Cordero? ¿Cómo puedes justificar al Dios al que te aferras como un Dios que siempre es nuevo y nunca viejo? ¿Y cómo pueden las palabras de tus libros amarillentos llevarte a una nueva era? ¿Cómo pueden llevarte a buscar los pasos de la obra de Dios? ¿Y cómo pueden llevarte al cielo? Lo que sostienes en tus manos es la letra que solo puede darte consuelo temporal, no las verdades que pueden darte la vida. Las escrituras que lees solo pueden enriquecer tu lengua y no son palabras de sabiduría que te ayudan a conocer la vida humana, y menos aún los senderos que te pueden llevar a la perfección. Esta discrepancia, ¿no te lleva a reflexionar? ¿No te hace entender los misterios que contiene? ¿Eres capaz de entregarte tú mismo al cielo para encontrarte con Dios? Sin la venida de Dios, ¿te puedes llevar tú mismo al cielo para gozar de la felicidad familiar con Dios? ¿Todavía sigues soñando? Sugiero entonces que dejes de soñar y observes quién está obrando ahora, quién está llevando a cabo ahora la obra de salvar al hombre durante los últimos días. Si no lo haces, nunca obtendrás la verdad y nunca obtendrás la vida.
Extracto de “Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna”
Los que quieren obtener la vida sin confiar en la verdad de la que Cristo habló son las personas más absurdas de la tierra, y los que no aceptan el camino de la vida que Cristo trajo están perdidos en la fantasía. Y así digo que aquellos que no aceptan al Cristo de los últimos días Dios los detestará para siempre. Cristo es la puerta para que el hombre entre al reino durante los últimos días, y no hay nadie que pueda evitarle. Nadie puede ser perfeccionado por Dios excepto por medio de Cristo. Tú crees en Dios y por tanto debes aceptar Sus palabras y obedecer Su camino. No puedes simplemente pensar en obtener bendiciones sin ser capaz de recibir la verdad o de aceptar la provisión de la vida. Cristo viene en los últimos días para que a todos los que verdaderamente creen en Él les pueda proveer la vida. Su obra es en aras de concluir la era antigua y entrar en la nueva, y Su obra es el camino que deben tomar todos los que entrarán en la nueva era. Si no eres capaz de reconocerlo y en cambio lo condenas, blasfemas y hasta lo persigues, entonces estás destinado a arder por toda la eternidad y nunca entrarás en el reino de Dios. Porque este Cristo es Él mismo la expresión del Espíritu Santo, la expresión de Dios, Aquel a quien Dios le ha confiado hacer Su obra en la tierra. Y por eso digo que si no puedes aceptar todo lo que el Cristo de los últimos días hace, entonces blasfemas contra el Espíritu Santo. La retribución que deben sufrir los que blasfeman contra el Espíritu Santo es obvia para todos. También te digo que si te resistes al Cristo de los últimos días y si reniegas de Él, entonces no habrá nadie que pueda soportar las consecuencias en tu lugar. Además, a partir de este día no tendrás otra oportunidad para obtener la aprobación de Dios; incluso si tratas de redimirte tú mismo, nunca más volverás a contemplar el rostro de Dios. Porque al que tú te resistes no es un hombre, lo que niegas no es algún ser diminuto, sino a Cristo. ¿Sabes cuáles serán las consecuencias de esto? No habrás cometido un pequeño error, sino que habrás cometido un crimen atroz. Y así les aconsejo a todos que no tengan una reacción violenta contra la verdad, o hagan críticas descuidadas, porque solo la verdad te puede dar la vida y nada excepto la verdad te puede permitir volver a nacer y contemplar el rostro de Dios.
Extracto de “Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna”
Las escrituras tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.
Chenxi, provincia de Hebei
Todo el mundo dice que la plenitud de la juventud es el tiempo más espléndido y puro de la vida. Quizás para muchos, esos años están llenos de bonitos recuerdos, pero lo que nunca habría esperado era pasar la plenitud de mi propia juventud en la cárcel. Podrías mirarme de forma extraña por esto, pero no me arrepiento de ello. Aunque ese tiempo tras los barrotes estuvo lleno de amargura y lágrimas, fue el regalo más valioso de mi vida, y gané mucho de él.
Nací en una familia feliz y desde la niñez he adorado a Cristo junto con mi madre. Cuando tenía quince años de edad, mi familia y yo, convencidas de que Dios Todopoderoso es Jesús venido de nuevo, aceptamos alegremente Su obra de los últimos días.
Un día de abril de 2002, cuando yo tenía diecisiete años de edad, una hermana y yo nos encontrábamos en un lugar cumpliendo con nuestros deberes. A la 1 de la madrugada, estábamos profundamente dormidas en la casa de nuestra anfitriona cuando unos golpes fuertes y urgentes en la puerta nos despertaron. Oímos a alguien gritando fuera: “¡Abrid la puerta! ¡Abrid la puerta!”. Tan pronto como la hermana que nos hospedaba la abrió, algunos oficiales de policía entraron bruscamente y dijeron con violencia: “Somos de la Oficina de Seguridad Pública”. Oír estas tres palabras, “Oficina de Seguridad Pública”, me puso nerviosa inmediatamente. ¿Estaban aquí para arrestarnos por nuestra creencia en Dios? Yo había oído acerca de algunos hermanos y hermanas arrestados y perseguidos por su fe; ¿podía ser que esto me estuviera pasando ahora a mí? Justo entonces mi corazón empezó a latir salvajemente, bum-bum, bum-bum, y en mi pánico, no sabía qué hacer. Por tanto, oré apresuradamente a Dios: “Dios, te imploro que estés conmigo. Dame fe y valentía. Pase lo que pase, siempre estaré dispuesta a ser un testimonio por Ti. También te suplico que me des Tu sabiduría y me concedas las palabras que debo decir, de forma que no te traicione a Ti ni venda a mis hermanos y hermanas”. Después de orar, mi corazón se calmó poco a poco. Vi a esos cuatro o cinco policías malvados registrando toda la habitación como bandidos, buscando por las sábanas, cada armario, caja, e incluso lo que había debajo de la cama hasta que finalmente encontraron algunos libros de las declaraciones de Dios, así como varios CD de himnos. El líder me dijo con voz impasible: “Tu tenencia de estas cosas es una prueba de que crees en Dios. Ven con nosotros y puedes hacer una declaración”. Impactada, dije: “Si hay algo que decir, simplemente puedo decirlo aquí; no quiero ir con ustedes”. Inmediatamente sonrió y contestó: “No te asustes; sólo demos un pequeño paseo para hacer una declaración. Te traeré aquí muy pronto”. Le tomé la palabra, fui con ellos y me metí en el coche policial.

Nunca se me ocurrió que ese pequeño trayecto sería el comienzo de mi vida en la cárcel.
Tan pronto como entré en el patio de la comisaría, esos policías malvados empezaron a gritarme que saliera del vehículo. Sus expresiones faciales habían cambiado muy rápidamente, y de repente parecían ser personas completamente diferentes de quienes habían sido antes. Cuando llegamos a la oficina, varios oficiales corpulentos entraron detrás de nosotros y se pusieron a mi izquierda y a mi derecha. Con su poder sobre mí estaba garantizado ahora, el líder del grupo de policías malvados me gritó: “¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Cuántos sois en total?”. Acababa de abrir la boca y estaba en medio de mi respuesta cuando arremetió contra mí y me abofeteó dos veces en la cara —¡plas, plas!—. Me quedé en silencio aturdida. Me pregunté por qué me había pegado. Ni siquiera había terminado de responder. ¿Por qué estaban siendo tan duros e incivilizados, completamente diferente de cómo habría imaginado que era la policía del pueblo? Después, prosiguió preguntándome qué edad tenía, y cuando contesté honestamente que tenía diecisiete años, plas, plas, me abofeteó de nuevo y me reprendió por decir mentiras. Tras eso, dijera lo que dijera, me daba indiscriminadamente golpe tras golpe en la cara hasta el punto en que veía estrellas, mi cabeza daba vueltas, un sonido de aturdimiento resonaba en mis oídos, y mi rostro ardía de dolor. Fue entonces cuando entendí finalmente: estos malvados policías no me habían llevado allí para hacerme preguntas; simplemente querían usar la violencia para obligarme a someterme. Recordé haber oído a los hermanos y hermanas decir que intentar razonar con estos policías brutales no funcionaría, sino que, al contrario, provocaría que el problema no acabara. Tras haberlo experimentado por mí misma, no pronuncié una sola palabra independientemente de lo que me preguntaran. Cuando vieron que yo no hablaría, me gritaron: “¡Hija de perra! ¡Te daré algo en lo que pensar! ¡De lo contrario no nos darías una versión cierta!”. Dicho esto, uno de ellos me dio dos puñetazos en el pecho, provocando que yo me cayera al suelo con todo el peso de mi cuerpo. Después me pateó con fuerza, dos veces, y tiró de mí hacia arriba gritándome que me arrodillara. No obedecí, por lo que me dio varias patadas en las rodillas. La ola de dolor intenso que me recorrió el cuerpo me obligó a arrodillarme en el suelo con un fuerte golpe. Me agarró por el pelo y tiró con fuerza hacia abajo, y después tiró de repente de mi cabeza hacia atrás, obligándome a mirar hacia arriba. Me maldijo mientras seguía golpeándome la cara, y mi única sensación era que el mundo daba vueltas. En ese momento, caí al suelo. Justo entonces, el jefe de los policías malvados detectó de repente el reloj en mi muñeca. Lo miró con codicia, y gritó: “¿Qué llevas ahí?”. Inmediatamente, uno de los policías me agarró de la muñeca, me quitó el reloj a la fuerza y se lo dio a su “señor”. Ver una conducta tan perversa me llenó de odio hacia ellos. Después de eso, mientras me hacían más preguntas, yo sólo los miraba en silencio, y eso los enfurecía aún más. Uno de los brutales policías me agarró por el cuello como si estuviera agarrando a un pollito, y me levantó del suelo para gritarme: “Oh, te crees muy dura, ¿no? ¡Yo te diré cuándo estar en silencio!”. Cuando dijo esto, me golpeó con furia dos veces más, y de nuevo me pegaron en el suelo. Por entonces, todo mi cuerpo sentía un dolor insoportable y yo ya no tenía fuerza para luchar. Simplemente yacía en el suelo con los ojos cerrados, sin moverme. En mi corazón, supliqué a Dios con urgencia: “Dios, no sé cuántas atrocidades más va a perpetrar contra mí esta banda de policías malvados. Sabes que soy pequeña de estatura, y que soy débil físicamente. Te imploro que me protejas. Preferiría morir a ser un Judas y traicionarte”. Cuando oré, las palabras de Dios me esclarecieron en mi interior: “Debes sufrir adversidades por la verdad, debes entregarte a la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer” (‘Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio’ en “La Palabra manifestada en carne”). Estas palabras de Dios me dieron un poder infinito y provocaron que yo reconociera que sólo en un estado de sufrimiento podría uno entender y obtener incluso más de la verdad. Yo sabía que, si no hubiera sufrido físicamente ese día, no habría visto los verdaderos rostros de estos malvados policías, y su fachada habría seguido engañándome. La razón por la que Dios ha venido entre los humanos para implicarse en una obra tan ardua es precisamente permitir que las personas obtengan la verdad de forma que puedan diferenciar entre el blanco y el negro, lo correcto y lo incorrecto; es así para que puedan entender la diferencia entre justicia y maldad, santidad y fealdad. Es así para que puedan saber quién debería ser despreciado y rechazado, y a quién se debería adorar y admirar. En ese día, vi claramente el rostro desagradable de Satanás. Mientras siguiera teniendo aliento en mí, sería un testimonio por Dios, y nunca claudicaría ante las fuerzas del mal. Justo entonces, oí a alguien cerca de mí decir: “¿Cómo es que ya no se mueve? ¿Está muerta?”. Después de eso, alguien me pisó intencionadamente la mano y me la aplastó con fuerza mientras gritaba ferozmente: “¡Levántate! Vamos a llevarte a otro sitio. ¡Si sigues sin hablar cuando lleguemos allí, tendrás tu merecido!”. Como las palabras de Dios habían aumentado mi fe y mi fuerza, su intimidación no me asustaba en absoluto. En mi corazón, estaba preparada para luchar contra Satanás.
Más tarde, me escoltaron hasta la Oficina de Seguridad Pública del Distrito. Cuando llegamos a la sala de interrogatorios, el líder de esos policías malvados y sus secuaces me rodearon e interrogaron repetidamente, caminando de un lado a otro delante de mí e intentando obligarme a vender a los líderes de la iglesia y a los hermanos y hermanas. Cuando vieron que no iba a darles las respuestas que querían oír, los tres se turnaron para abofetearme una y otra vez. No sé cuántas veces me pegaron; todo lo que podía oír era plas, plas, cuando golpeaban mi cara, un sonido que parecía resonar con un volumen particular en esa noche tranquila. Con las manos doloridas ya, los malvados policías empezaron a pegarme con libros. Tenía un sabor de boca salado y la sangre goteaba sobre mi ropa. Me golpearon hasta que al final yo ya ni siquiera podía sentir el dolor; sólo sentía mi cara hinchada y entumecida. Finalmente, al ver que no iban a conseguir ninguna información valiosa de mi boca, los brutales policías sacaron una agenda telefónica y, satisfechos, dijeron: “Encontramos esto en tu bolso. ¡Aunque no nos digas nada, tenemos otro as en la manga!”. De repente, me sentí muy angustiada: si alguno de los hermanos o hermanas contestaba al teléfono, ello podría llevar a su arresto. También podría vincularlos con la iglesia, y las consecuencias podrían ser desastrosas. Justo entonces, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “¡Dios todopoderoso domina todas las cosas y seres! Mientras nuestros corazones miren hacia Él en todo momento y entremos en el espíritu y nos asociamos con Él, Él nos mostrará todas las cosas que buscamos y de seguro Su voluntad nos será revelada; nuestros corazones entonces estarán alegres y en paz, firmes con perfecta claridad” (Declaraciones y testimonios de Cristo en el principio). Las palabras de Dios me mostraron el camino de la práctica y la senda que yo debía tomar. En cualquier momento dado, Dios siempre había sido el Único en quien yo podía confiar, así como mi única salvación. Por tanto, oré repetidamente a Él, y le imploré que protegiera a estos hermanos y hermanas. Como consecuencia, cuando llamaron a esos números de teléfono uno por uno, en algunas llamadas nadie contestó mientras que, en otras, ni siquiera hubo tono de llamada. Al final, soltando maldiciones por su frustración, los malvados policías tiraron la agenda sobre la mesa y dejaron de intentarlo. Esto fue realmente un ejemplo de la omnipotencia y la soberanía de Dios y de sus acciones maravillosas; no pude evitar expresar mi agradecimiento y alabanza a Dios.
Sin embargo, no se habían rendido, y siguieron interrogándome sobre los asuntos de la iglesia. No contesté. Agitados y exasperados, idearon una acción aún más despreciable para intentar hacerme sufrir: uno de los malvados policías me obligó a ponerme en cuclillas y mantener los brazos extendidos al nivel de los hombros, y no se me permitía moverme nada. Pronto, mis piernas empezaron a temblar y no podía mantener más los brazos extendidos, y mi cuerpo comenzaba a levantarse involuntariamente. El policía agarró una barra de hierro y me miraba como un tigre que vigila a su presa. Tan pronto como me levanté, me golpeó brutalmente en las piernas, provocándome tanto dolor que casi caigo de nuevo de rodillas. A lo largo de la siguiente media hora, cada vez que mis piernas o brazos se movían lo más mínimo, me pegaba inmediatamente con la barra. No sé cuántas veces lo hizo. A causa de haber estado en cuclillas durante tanto tiempo, las piernas se me hincharon mucho y me dolían de forma insoportable como si estuvieran fracturadas. Conforme pasaba el tiempo, mis piernas temblaban más y mis dientes castañeteaban continuamente. En ese momento, parecía que mi fuerza iba a ceder y que podía desmayarme. Sin embargo, los malvados policías sólo se burlaban de mí y me ridiculizaban a mi lado, me miraban con desdén y se reían desagradablemente de mí, como personas que intentan cruelmente que un mono haga trucos. Cuanto más miraba sus rostros feos y despreciables, más odio sentía por estos perversos policías. De repente, me puse de pie y les dije en voz alta: “No me pondré más en cuclillas. ¡Adelante, sentenciadme a muerte! ¡Hoy no tengo nada que perder! Ni siquiera tengo miedo a morir, ¿cómo iba a tener miedo de ustedes? ¡Tan grandes como son, parece que solo saben cómo acosar a una pequeña chica como yo!”. Para sorpresa mía, después de decir yo esto, el grupo de policías malvados gritó algunas maldiciones más y después dejó de interrogarme. En ese punto me sentí muy entusiasmada, y entendí que Dios estaba manejando todas las cosas para perfeccionarme: una vez que yo había erradicado el miedo de mi corazón, mi entorno cambió en consecuencia. En lo profundo de mi corazón me di cuenta realmente del significado de las palabras de Dios: “Tal como fue dicho: ‘El corazón del rey está en las manos de Jehová como los ríos de agua: Él lo dirige a donde sea que Él quiera’; ¿cuánto más lo hará con esos don nadies?”. Entendí que hoy Dios había permitido que la persecución de Satanás me sobreviniera, no para provocar intencionadamente que yo sufriera; sino más bien, con el fin de usarla para permitir que yo fuera consciente del poder de las palabras de Dios, guiarme a escapar del control de la influencia oscura de Satanás y, además, permitirme aprender a confiar en Él y mirarlo cuando estoy en peligro.
Esta pandilla de policías malvados me había atormentado la mayor parte de la noche; cuando pararon, ya era de día. Me hicieron firmar con mi nombre y dijeron que iban a detenerme. Después de eso, un policía anciano, fingiendo ser amable, me dijo: “Señorita, mira; eres tan joven —en la flor de tu juventud—, es mejor que te apresures y expliques claramente lo que sabes. Te garantizo que haré que te liberen. Si tienes algún problema, no dudes en decírmelo. Mira; tu rostro se ha hinchado como una hogaza de pan. ¿No has sufrido suficiente?”. Justo entonces, recordé las palabras de Dios: “¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios?” (‘Obra y entrada (8)’ en “La Palabra manifestada en carne”). También recordé algo que los hermanos y hermanas habían dicho durante las reuniones: con el fin de conseguir lo que quisieran, los policías malvados usarían la zanahoria y el palo y recurrirían a toda clase de trucos para engañarte. Al pensar en esto, respondí al anciano policía: “No actúe como si fuera una buena persona; todos ustedes forman parte del mismo grupo. ¿Qué quieren ustedes que yo confiese? Lo que están haciendo es arrancar una confesión. ¡Esto es un castigo ilegal!”. Al oír esto, puso una expresión inocente y argumentó: “Pero no te he golpeado ni una sola vez. Ellos son quienes lo han hecho”. Yo estaba agradecida por la dirección y la protección de Dios, que me permitió prevalecer una vez más sobre la tentación de Satanás.
Después de salir de la Oficina de Seguridad Pública del Distrito, me encerraron en el centro de detención. Tan pronto como entré por la puerta principal, vi que el lugar estaba rodeado por paredes muy altas con alambre de espino electrificado en lo alto, y en las cuatro esquinas había lo que parecía una torre de vigilancia, en las que hacían guardia policías armados. Todo parecía muy siniestro y terrible. Después de pasar por puerta de hierro tras puerta de hierro, llegué a la celda. Cuando vi las colchas deterioradas, cubiertas de sábanas, sobre el helado camastro, oscuras y sucias, y olí el tufo acre y nauseabundo que salía de ellas, no pude evitar sentir una ola de repugnancia atravesándome, seguida rápidamente por otra de tristeza. Pensé para mí: ¿Cómo pueden vivir personas aquí? Esto no es más que una pocilga. A la hora de comer, sólo daban a cada prisionero un pequeño bollo hervido que era ácido y estaba medio crudo. Aunque no había comido en todo el día, ver esta comida me hizo perder realmente el apetito. Por si fuera poco, mi cara estaba muy hinchada de los golpes de los policías, y la sentía tirante como si estuviera envuelta con cinta. Me dolía incluso abrir la boca para hablar, no digamos ya para comer. En estas circunstancias, mi estado de ánimo era muy pesimista y me sentía muy agraviada. El pensamiento de que tendría que quedarme allí realmente y soportar una existencia tan inhumana me angustió tanto que derramé involuntariamente algunas lágrimas. Justo entonces, recordé un himno de las palabras de Dios: “Dios ha venido a esta sucia tierra, y acepta en silencio los estragos del hombre, acepta la opresión del hombre. Nunca ha devuelto el golpe, nunca le ha exigido demasiado al hombre. ¡Ah! Se limita a hacer la obra que necesita el hombre: a enseñarlo, iluminarlo, reprocharlo, refinarlo con palabras, amonestarlo, exhortarlo, consolarlo, juzgarlo y revelar cómo es. Cada uno de Sus pasos es por la vida del hombre y para purificar al hombre, para purificar al hombre. Aunque ha eliminado las perspectivas y el destino del hombre, lo que Él ha hecho ha sido para beneficiar a la humanidad. Cada uno de Sus pasos ha sido para que el hombre sobreviva, para que toda la humanidad tenga un buen destino sobre la tierra” (‘El Dios práctico salva a los hombres en silencio’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Cuando intenté comprender las palabras de Dios, me sentí enormemente humillada y avergonzada. Dios había venido del cielo a la tierra —desde lo alto hasta las profundidades más bajas— pasando de la posición del Ser más honorable a la de un hombre insignificante. El Dios santo vino a este mundo inmundo, sucio, e interactuó con los humanos corruptos, pero todos estos sufrimientos los soportó en silencio. ¿No había sufrido Dios mucho más que yo? Como una humana profundamente corrompida por Satanás y sin ningún honor digno de mención, ¿cómo era yo incapaz de soportar incluso esta pizca de sufrimiento? En este tiempo perverso, oscuro, de no haber sido suficientemente afortunada como para que Dios me elevara para poder seguirlo, no podría contar en qué tipo de situación me vería inmersa, o si habría o no seguido estando viva. Que yo me sintiera agraviada y triste por esta pizca de sufrimiento, y reticente a aceptarlo, mostraba que carecía realmente de conciencia y racionalidad. Al darme cuenta de ello, dejé de sentirme agraviada y encontré dentro de mí alguna fuerza de voluntad con la cual soportar mi dificultad.
Pasó medio mes, y el jefe de esos policías malvados vino de nuevo a interrogarme. Al ver que permanecía tranquila y sosegada, y que no tenía miedo en absoluto, gritó mi nombre y vociferó: “Dime la verdad: ¿dónde has estado arrestada antes? Sin duda no es tu primera vez dentro; de lo contrario, ¿cómo podrías actuar de forma tan calmada y experimentada, como si no estuvieras asustada en absoluto?”. Cuando lo oí decir esto, no pude evitar dar gracias y alabar a Dios en mi corazón. Él me había protegido y dado valentía, permitiéndome así hacer frente a estos malvados policías con absoluta audacia. Justo entonces, la ira afloró en mi corazón: están abusando de ustedes poder persiguiendo a personas por sus creencias religiosas, arrestan, acosan, e injurian sin razón a quienes creen en Dios. Sus acciones están en contra de la legalidad y de las leyes del Cielo. Yo creo en Dios, y estoy recorriendo la senda correcta; no he quebrantado la ley. ¿Por qué tendría que tener miedo a ustedes? ¡No sucumbiré a las fuerzas malvadas de su banda! Entonces repliqué: “¿Piensan que todo lo demás es tan aburrido que yo querría venir realmente aquí? ¡Me han agraviado y maltratado! ¡Cualquier otro esfuerzo suyo para arrancarme una confesión o tenderme una trampa será inútil!”. Al oír esto, el jefe de los policías malvados se enojó tanto que parecía que le salía humo de las orejas. Este gritó: “Eres demasiado tozuda para decirnos nada. No hablarás, ¿verdad? Te voy a dictar una sentencia de tres años, y entonces veremos si dices la verdad o no. ¡Atrévete a seguir siendo tozuda!”. Por entonces, me sentía tan indignada que podría haber explotado. Contesté en alta voz: “Sigo siendo joven; ¿qué son tres años para mí? Estaré fuera de la cárcel en un abrir y cerrar de ojos”. En su ira, el malvado policía se levantó bruscamente y refunfuñó a sus lacayos: “Abandono; seguid adelante e interrogadla”. Después dio un portazo y se fue. Al ver lo ocurrido, los dos policías no me preguntaron nada más; sólo terminaron de escribir una declaración para que yo la firmara y salieron después. Presenciar la derrota de los policías malvados me hizo feliz. En mi corazón, alabé la victoria de Dios sobre Satanás.
Durante la segunda ronda de interrogatorios, cambiaron las tácticas. Tan pronto como entraron fingieron estar preocupados por mí: “Llevas aquí mucho tiempo. ¿Cómo es que no ha venido ninguno de tus familiares a verte? Deben de haberte dejado de lado. ¿Qué te parece si los llamas y les pides que vengan a visitarte?”. Oír esto hizo que me sintiera insoportablemente malhumorada. Me pregunté: ¿Podrían mamá y papá haber dejado realmente de preocuparse por mí? Ya ha pasado medio mes, y sin duda saben de mi arresto; ¿cómo podrían tener el corazón de dejarme sufrir aquí sin siquiera venir a verme? Cuanto más pensaba en esto, más sola y desamparada me sentía. Sentía añoranza y echaba de menos a mis padres, y mi deseo de libertad se intensificaba más y más. Involuntariamente, mis ojos se llenaban de lágrimas, pero no quería llorar ante esta banda de policías malvados. En silencio, oré a Dios: Dios, justo ahora me siento muy miserable y afligida, y estoy muy desamparada. Te suplico que mis lágrimas dejen de caer, porque no quiero que Satanás vea mi debilidad. Sin embargo, ahora mismo no puedo comprender Tus propósitos. Te ruego que me esclarezcas y guíes. Después de orar, una idea surgió en mi mente: era una artimaña de Satanás; estos policías habían sembrado disensión, intentando cambiar mi opinión sobre mis padres y hacer que yo los odiase, con la meta final de aprovecharse de mi incapacidad de resistir este golpe para que yo diera la espalda a Dios. Además, su intento de hacerme contactar con mi familia bien podría ser un truco para conseguir que trajeran un rescate y cumplir su intención oculta de embolsarse algún dinero, o podrían saber que todos mis familiares creían en Dios y querían aprovechar esta oportunidad para arrestarlos. Estos policías malvados realmente no paraban de maquinar. De no haber sido por el esclarecimiento de Dios, yo podría haber telefoneado a casa. ¿No habría sido yo indirectamente un Judas? Por tanto, declaré a Satanás en secreto: Diablo vil, simplemente no te permitiré tener éxito en tu engaño. De ahora en adelante, tanto si son bendiciones como maldiciones lo que me sobreviene, lo llevaré sola; me niego a implicar a mis familiares, y en absoluto influiré en la fe de mis padres o en el cumplimiento de sus deberes. Al mismo tiempo, también supliqué a Dios en silencio que no dejara que mis padres me visitaran, para que no cayeran en la trampa puesta por estos policías malvados. Después dije tranquilamente: “No sé por qué no han venido a verme mis familiares. ¡No me importa en absoluto cómo me traten!”. Los malvados policías no tenían más cartas que jugar. Después de eso, no me interrogaron de nuevo.
Pasó un mes. Un día, mi tío vino a visitarme de repente, y dijo que estaba intentando sacarme de allí unos días más tarde. Cuando salí de la sala de visitas, me sentí extremadamente feliz. Pensé que podría ver finalmente de nuevo la luz del día, así como a todos los hermanos, hermanas y seres amados. Así que empecé a soñar despierta y esperar que mi tío llegara para sacarme; cada día, mantenía mis oídos bien abiertos para escuchar el sonido de la llamada de los guardias diciéndome que era el momento de marcharme. En efecto, una semana más tarde, vino un guardia llamando. Sentí que mi corazón se me salía de la caja torácica cuando llegué alegremente a la sala de visitas. Sin embargo, cuando vi a mi tío, él agachó la cabeza. Pasó mucho tiempo antes de que dijera en un tono desanimado: “Ya han cerrado tu caso. Te han condenado a tres años”. Cuando oí esto, me quedé atónita. Mi mente se quedó totalmente en blanco. Reprimí las lágrimas, y no salió ninguna. Era como si no pudiera oír nada de lo que mi tío dijo después de eso. Salí de la sala de visitas en trance y tambaleándome, sentía como si mis pies estuvieran llenos de plomo, cada paso era más pesado que el anterior. No recuerdo cómo volví a mi celda. Cuando llegué allí, me quedé petrificada, completamente paralizada. Pensé para mí, cada día del mes pasado o más de esta existencia inhumana ha pasado con mucha lentitud y ha parecido como un año; ¿cómo podré superar tres largos años de esto? Cuánto más me obcecaba con ello, más aumentaba mi angustia, y más borroso e insondable empezó a parecer mi futuro. Incapaz de retenerlas más, rompí en lágrimas. En mi corazón, sin embargo, sabía sin duda que nadie me podría ayudar más; sólo podía confiar en Dios. En mi pesar, había venido de nuevo ante Dios. Me abrí a Él, y dije: “Dios, sé que todas las cosas y acontecimientos están en Tus manos, pero ahora mismo mi corazón se siente completamente vacío. Siento que estoy a punto de derrumbarme; creo que me va a ser muy difícil soportar tres años de sufrimiento en la cárcel. Dios, te ruego que me reveles Tu voluntad, y te imploro que aumentes mi fe y mi fuerza de forma que pueda someterme a Ti y aceptar con valentía lo que me ha sobrevenido”. Justo entonces, las palabras de Dios me esclarecieron desde dentro: “Para todas las personas, el refinamiento es penosísimo y muy difícil de aceptar, sin embargo, es durante el refinamiento que Dios deja en claro el carácter justo que tiene hacia el hombre y hace público lo que le exige al hombre y provee más iluminación, y una poda y un trato más reales; por medio de la comparación entre los hechos y la verdad, le da al hombre un mayor conocimiento de sí mismo y de la verdad y le da al hombre una mayor comprensión de la voluntad de Dios, permitiéndole así al hombre tener un amor por Dios más sincero y más puro. Esas son las metas que Dios tiene cuando lleva a cabo el refinamiento” (‘Sólo experimentando el refinamiento el hombre puede amar verdaderamente a Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis seguir hasta el final, e incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y debéis seguir estando a merced de Dios; sólo esto es amar verdaderamente a Dios, y sólo esto es el testimonio fuerte y rotundo” (‘Sólo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer el encanto de Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). Gracias al esclarecimiento y la dirección de Dios, empecé a reflexionar sobre mí, y descubrí gradualmente mis deficiencias. Vi que mi amor por Dios estaba adulterado, y que aún no había dado a Dios mi sumisión absoluta. Desde que me habían arrestado, y durante mis luchas contra esos policías malvados, yo había manifestado valentía y arrojo, y no había derramado una sola lágrima a lo largo de esas sesiones de tortura, pero esa no era mi estatura real. La fe y la valentía que las palabras de Dios me dieron me habían permitido vencer la tentación y los ataques de Satanás una y otra vez. También vi que la esencia de los policías malvados había sido invisible para mí. Había pensado que la policía del PCCh se ceñía a la ley, y que, como menor, nunca me condenarían, o como mucho sólo me encerrarían durante algunos meses. Había pensado que sólo tendría que soportar un poco más de dolor y dificultad y continuar un poco más, y después todo pasaría; nunca se me ocurrió que yo podría pasar tres años viviendo esta vida inhumana aquí. Justo ahí, yo no quería seguir sufriendo o sometiéndome a la orquestación y las disposiciones de Dios. Esto era diferente del resultado que yo había imaginado, y sólo ocurrió para revelar mi verdadera estatura. Sólo entonces fui consciente de que Dios mira realmente en lo profundo del corazón de las personas, y de que Su sabiduría se ejerce realmente con base en las maquinaciones de Satanás. Este deseaba atormentarme y desgastarme con esta sentencia de cárcel, pero Dios había usado esta oportunidad para permitirme descubrir mis deficiencias y reconocer mis insuficiencias, aumentando así mi sumisión real y permitiendo que mi vida progresara con más rapidez. El esclarecimiento de Dios me había guiado fuera de mi apuro y dado un poder infinito. Mi corazón se sintió de repente alegre y pleno, y entendí los buenos propósitos de Dios y ya no me sentí miserable. Me decidí a seguir el ejemplo de Pedro permitiendo a Dios orquestarlo todo, sin una sola queja, y hacer frente con calma a todo lo que pudiera venir desde ese día en adelante.
Dos meses más tarde, me llevaron a un campo de trabajo. Cuando recibí los papeles de mi veredicto y los firmé, descubrí que la condena de tres años se había conmutado a uno. En mi corazón di gracias y alabé a Dios una y otra vez. Este fue el resultado de la orquestación de Dios, y pude ver en ello el inmenso amor que Él tenía por mí y Su protección.

En el campo de trabajo, vi un lado incluso más perverso y brutal de la policía malvada. Nos levantábamos muy temprano por la mañana e íbamos a trabajar, y se nos sobrecargaba gravemente con tareas que hacer cada día. Teníamos que trabajar largas horas cada día, y en ocasiones día y noche durante varios días. Algunos de los prisioneros se pusieron enfermos y tuvieron que ponerles suero, y le aumentaron la frecuencia de goteo a la máxima velocidad para que volvieran rápidamente al taller y al trabajo tan pronto como se terminara el suero. Esto llevó a la mayoría de los convictos a contraer como consecuencia algunas enfermedades muy difíciles de curar. Algunas personas, por trabajar con lentitud, se veían sometidas con frecuencia a los insultos de los guardias; su lenguaje soez era simplemente impensable. Algunas personas quebrantaron las reglas mientras trabajaban, por lo que las castigaron. Por ejemplo, las pusieron en la cuerda, lo que significaba que tenían que arrodillarse en el suelo con las manos atadas por detrás de la espalda, obligándolas a levantar los brazos dolorosamente hasta el nivel del cuello. Otros fueron atados a árboles como perros con cadenas de hierro, y se les azotó sin misericordia. Algunas personas, incapaces de soportar esta tortura inhumana, intentaban morir de hambre, pero los malvados guardias les esposaban tobillos y muñecas, sujetaban su cuerpo con fuerza y las obligaban a comer e ingerir fluidos con tubos de alimentación. Tenían miedo de que estos presos murieran, no porque apreciaran la vida, sino porque les preocupaba perder el trabajo barato que proveían. Los malvados actos cometidos por los guardias de la prisión eran realmente demasiados para contarlos, tal como lo eran los incidentes horrendamente violentos y sangrientos que acontecían. Todo esto hizo que yo viera con mucha claridad que el Partido Comunista de China era la personificación de Satanás que estaba en el mundo espiritual; era el más maligno de todos los diablos y las prisiones bajo su régimen eran el infierno en la tierra —no sólo de nombre, sino en realidad—. Recuerdo algunas palabras en la pared de la oficina en la que me interrogaron que captaron mi atención: “Está prohibido golpear a las personas a voluntad o someterlas a un castigo ilegal, y lo está incluso más obtener confesiones por medio de la tortura”. Sin embargo, en realidad, sus acciones eran abiertamente contrarias a esto. Me habían golpeado cruelmente, a una niña que aún no era adulta, y sometido a un castigo ilegal; aun más, me habían condenado simplemente a causa de mi creencia en Dios. Todo esto había provocado que yo viera con claridad que el PCCh usaba trucos para engañar a las personas mientras fingía que todo estaba bien. Era justo como Dios había dicho: “El diablo ata firmemente todo el cuerpo del hombre, le ciega los dos ojos y sella sus labios bien apretados. El rey de los diablos se ha desbocado durante varios miles de años, hasta el día de hoy, cuando sigue custodiando de cerca la ciudad fantasma, como si fuera un ‘palacio de demonios’ impenetrable. […] ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos legítimos y los intereses de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!” (‘Obra y entrada (8)’ en “La Palabra manifestada en carne”). Después de experimentar la persecución de los malvados policías, este pasaje de las palabras habladas por Dios me convenció totalmente, y ahora tenía algún conocimiento real y experiencia de ello. Además, en el campo de trabajo, yo había visto con mis propios ojos la fealdad de toda clase de personas: los rostros repulsivos de esas serpientes oportunistas de suaves palabras que buscaban obtener el favor de los capitanes, la cara malvada de personas ferozmente violentas que acosaban con desenfreno a los débiles, etc. En cuanto a mí, que todavía no había puesto un pie en la sociedad, durante este año de vida en la cárcel, vi finalmente con claridad la corrupción de la humanidad. Fui testigo de la traición en el corazón de las personas, y me di cuenta de cuán siniestro podía ser el mundo humano. También aprendí a distinguir entre positivo y negativo, blanco y negro, correcto e incorrecto, bueno y malo, excelente y despreciable; vi con claridad que Satanás es desagradable, perverso, brutal, y que sólo Dios es el símbolo de la santidad y la justicia. Sólo Dios simboliza la belleza y la bondad; sólo Dios es amor y salvación. Vigilada y salvaguardada por Él, ese año inolvidable pasó con mucha rapidez para mí.
Ahora, al pensar en ello mirando atrás, aunque experimenté algún sufrimiento físico durante ese año de vida carcelaria, Dios usó Sus palabras para dirigirme y guiarme, provocando así que mi vida madurara. Estoy agradecida por la predestinación de Dios. Que yo pudiera poner el pie en esta senda de vida correcta fue la mayor gracia y bendición que Él me concedió. ¡Seguiré y adoraré a Dios durante el resto de mi vida!